Foodies on Menorca/C.M- A pesar del acuerdo alcanzado hace sólo unos días por los ministros de Pesca de la Unión Europea (UE) para amortiguar el recorte al arrastre en el Mediterráneo frente a la propuesta inicial de la Comisión Europea (CE), que quería reducir en un 79% los días de pesca, el veredicto de la gente del mar es unánime: es casi imposible, en la práctica, trabajar los mismos días que hasta ahora. Los pescadores de arrastre están decepcionados. El acuerdo, que partía de una propuesta de 27 días de pesca, se traducirá en la práctica, están convencidos, en menos capturas y menos ganancias y en la imposibilidad de que las barcas de buey puedan hacer frente a las inversiones necesarias para mantener la sostenibilidad de su actividad.
La realidad de todo ello es que la decisión de la UE -que pretende garantizar un equilibrio entre las consideraciones sociales, económicas y ambientales- no convence ni a los pescadores, ni a las pescaderías ni a los restauradores. Por encima del triunfalismo exhibido por el Ministerio español, desde dentro se sigue viendo que el futuro de cientos de familias que dependen, directa e indirectamente de esta actividad económica, sigue colgando de un hilo.
Los cambios impulsados por Bruselas, que pretenden proteger los ecosistemas marinos, parecen olvidar un punto clave: sin el sector pesquero, no sólo se pierden puestos de trabajo, sino que se ponen en peligro también tradiciones ancestrales y productos únicos que forman parte de los más auténticos símbolos de la identidad cultural de pueblos del Mediterráneo como Menorca.
¿Qué pasará con la gamba fresca, la merluza recién pescada, el calamar o el pulpo que dan vida a los mercados ya los platos de tanto restaurantes? Si la decisión de la UE sigue adelante, pronto podrían desaparecer o empezar de menos en las cartas de muchos establecimientos. Las pescaderías, por su parte, podrían verse abocadas a ver reducida aún más la oferta de producto fresco.
Caules, que se ha reunido esta semana con el resto de armadores de barcas de arrastre de Ciutadella -Joan Coll, de "La Valldemossa", y Xavier Marquès, de la barca "Vicenta" - califica la situación de insostenible. “Mi postura, y así lo he transmitido a la reunión, es que debemos plantarnos porque creo que la propuesta de la UE es económicamente inviable. Debemos encontrar el equilibrio entre la sostenibilidad medioambiental y la supervivencia o sostenibilidad económica. Si no es así, uno de los dos pies de la balanza se rompe”. El propietario de la "Rosa Santa" explica que “hoy viernes amarramos la barca, hacemos una parada técnica para dar descanso al personal y quedamos a la espera de lo que pase. Ahora mismo no sabemos cuántos días de pesca laborables tendremos a partir del primero de enero”.
El propietario del conocido Café Balear cree que la medida de recortar los días de pesca de las barcas de arrastre acabará pasando factura también a los restaurantes que, como el suyo, han hecho del producto fresco su principal seña de identidad. “Cuando hace casi treinta años compré la Rosa Santa I, lo hice pensando en tener producto de primera mano y kilómetro cero al momento. Qué duda hay de que todo esto puede romperme los esquemas. La única solución es que nos dejen pescar algo más de lo que dice la propuesta para que nos salgan los números y podamos mantener la barca. Pero debemos sentarnos y hacer estos números, porque no hay nadie que trabajando tres o cuatro meses al año pueda ganar lo suficiente para pagar los gastos y el personal. A todo esto hay que añadir la inseguridad a la que nos enfrentamos. Porque, ¿cuándo pescamos? Yo ya os puedo decir que haré todo lo posible para que la barca siga pescando y poder tener como el producto de primera mano para el restaurante durante cinco o seis meses al año. Pero no cabe duda de que la medida afecta a muchos puestos de trabajo ya muchas personas, además de afectar a una cultura y unas tradiciones, si me lo permite, que para nosotros son muy importantes”.
Caules recuerda que “de cada vez, de hecho, hay menos restaurantes que ofrecen pescado fresco en sus cartas; primero, porque no encuentran, y, en segundo lugar, porque lo que viene de fuera, aunque también puede ser fresco, es muy caro, o llega con unas condiciones no tan buenas como el pescado fresco de aquí”.
El presidente de la Asociación de Restauradores de CAEB-Menorca, José Bosch, afirma que la propuesta de Europa "perjudica la oferta de los restaurantes que ofrecen pescado fresco". “Lo que no es posible –asegura– es que el pescado desaparezca del producto local. Ya hemos dicho a los pescadores que pase lo que pase, tienen todo nuestro soporte. Y no sólo de los restauradores, sino también de la Asociación de Escritores y Periodistas Gastronómicos y de la Asociación Fra Roger. No puede que nos llenemos la boca de producto local y que después no podamos salir a pescar. Es una contradicción que la Administración fomente, por un lado, el consumo de kilómetro cero, mientras que por otro se muestre inoperante para evitar la destrucción del sector, y más aún cuando Menorca es un ejemplo de buenas prácticas”.
¿Un sector entero, condenado a la extinción? El tiempo tendrá la última palabra. Hay en juego algo que es mucho más que una actividad económica: una forma de vida y un legado que se transmite, cada vez con más dificultades, de generación en generación.
El clamor es claro: es necesario encontrar un equilibrio entre la protección del medio ambiente y la supervivencia del sector pesquero. La sostenibilidad es una prioridad, pero las políticas deben ser realistas y justas, y esto es justo, ahora mismo, lo que no se tiene nada claro.
Las voces de aquellos que viven del mar incluyen también a los pescaderos. Carmen Sánchez, es la propietaria de la Pescadería Sa Llotja, en el Mercado del Peix de Maó, donde actualmente subsisten sólo tres paradas. El pez que vende -el negocio funciona desde hace medio siglo- proviene de dos barcas de buey de Maó y una de Ciutadella. “Si Europa reduce el número de días de pesca en las barcas de arrastre, una parte de la gente quedará en la calle. La propuesta de la UE no es factible se mire como se mire. No se puede sobrevivir trabajando dos o tres meses al año. En el sector, nos han dado la coz”.
Sánchez ve la realidad muy clara: “Si las barcas no salen a pescar, no tendremos gambas, ni pulpos, ni cabrachos, ni pescadilla, ni calamar... Nada”.
La pescadera explica que “antes la pesca era una actividad que pasaba de padres a hijos. Esto ya no es así. Hoy, los armadores contratan a trabajadores. Si no hay trabajo, tendrán que cambiar de empleo. Yo misma llevo veinte años aquí. Si el trabajo desaparece, tendré que volver a lo que hacía al principio. Trabajo, debemos hacer todos”.
Raquel Santiago, de Pescados Raquel, dirige desde hace tres meses la pescadería de la Cooperativa San Crispín de Alaior, explica que la medida de Europa es dura porque “la gente está acostumbrada al pez de aquí. El pez que viene de fuera, como la dorada y la lubina, representa una mínima parte de las ventas. El 80% del pescado que tengo en la parada proviene de las barcas de aquí: pirulí, mòllera, gamba, merluza, morralla, calamar de arrastre”. Santiago cree que la aplicación de las restricciones europeas se traduciría en un bajón directo de las ventas. “La situación nos obligaría a depender del pez de fuera, donde no existe la variedad de peces que hay aquí. El gatón, la mollera, el pirulí... son muchas las especies que sólo se cogen aquí. Las barcas llegan al atardecer y yo, por la mañana, ya lo tengo en la parada. Más fresco, imposible. Y todo esto, el consumidor lo nota. Aquí hay mucha demanda de gamba, y la gamba que tenemos aquí no la encuentras en ningún lugar”.
La pescadera no entiende que la medida se aplique igual a unos territorios que a otros: “Menorca no es Mallorca, ni Barcelona. Aquí hay cuatro barcas contadas. En Mallorca, hay muchas más. Estoy muy acorde con la idea de preservar el medio ambiente, pero no podemos comparar Menorca con Mallorca. En Mallorca, hay mucho más pescado en las pescaderías. Yo todo lo que tengo aquí cada día se vende”.
Para Catina Coll, de la pescadería de Sant Lluís, aplicar los acuerdos de la Unión Europea “quiere decir que si las barcas de buey no pueden pescar no habrá gamba, ni calamar, ni merluza, ni pelaya... Tendrás que tirar , quieras o no, de pez de la Península. Espero que lo detengan o será la muerte de toda la gente que trabaja en el sector”.
El grito de alarma de Joan Coll, patrón, redondo, vendedor y armador de la barca La Valldemossa, resulta aún más estremecedor. “En Europa todavía han estado este mismo martes con reuniones, pero todo es una farsa. No tengo duda de que muchas empresas cerrarán, posiblemente la mía sea una de ellas. Las empresas que nos dedicamos a esto no somos viables con tan sólo 100 días de pesca. Todo es una rueda: yo tengo gente que ha empezado conmigo con 23 ó 25 años y que el próximo año sólo harán cinco meses de trabajo, si es que las cosas van muy bien. ¿Y cómo podemos afrontar un año así? Muchos de estos chicos se hacen la pregunta de si querrán volver a venir a trabajar cuando volvamos al varadero. Y es normal. Pasear una bandeja de camarero les saldrá más económico que pasar trece horas de trabajo diarias, que es lo que acabamos haciendo, entre lo uno y lo otro”.
Cuando en el futuro de la pescadería -La Valldemossa es una de las dos paradas que resisten en la Plaza des Peix de Ciutadella- el veredicto de Joan Coll es igualmente funesto. “La pescadería se va al garete. Desde hace meses intento reunirme con el concejal de turno del Ayuntamiento de Ciutadella y a día de hoy todavía es la hora que me debe llamar por teléfono para poder rallar. Porque se da el caso de que estoy pagando pan parada todo el año cuando el 2024 habrá estado tres meses sin ir. Todas estas cosas sumadas hacen que la bola se haga de cada vez mayor”.
La situación de los restaurantes no es menos gris. “Yo solo llevo dieciséis restaurantes en temporada alta. De estos dieciséis restaurantes, quizás sólo dos coman pescado de aquí, y poquísimos días. Las cosas deben cambiar mucho de aquí a final de año para que yo el próximo año pueda partir”.
El armador de La Valldemossa tiene palabras de acritud hacia Bruselas: “Europa sólo se acuerda de las Islas, es decir, del famoso G6, porque hacemos las cosas muy bien, pero cuando se trata de repartir el pastel entonces mira hacia Almería o Valencia; es decir, hacia lugares que están sobreexplotados, y lo pone todo en el mismo perol. Bruselas está muy lejos de Menorca. No puede que estemos gestionados desde tan lejos. Hace años que se hizo un trabajo de parcelar el mar. El G6, que es donde pesca Vicenta, Rosa Santa, Ciudad de Mahón, está más que bien, pero hay otras zonas que no lo están. Si de Matemáticas sacamos un diez, pero de Lengua un cero, ya nos sale un cinco. Bruselas hace un pack en España y nos mete todos juntos. Estamos cansados ??de pedir que separe las cosas. La gente no es consciente de ello, pero la pelota es muy grande. Desde hace años estamos vendiendo el concepto del kilómetro cero; todo ello, es una pantomima muy grande que se va al garete”. Joan Coll se muestra desolado: “A nosotros nos va el pan. Yo bajé a Baixamar en 1985. Lo único que queda ahora son los restos. Se han cargado la pesca”.
El sector se desangra. Si la UE no escucha las voces de aquellos que vienen del mar, pronto se quedará sin pescadores, pescaderías y restauradores que lleven lo mejor de la madre a nuestros platos. Sin pesca, el Mediterráneo dejará de ser el corazón vibrante que conocemos. El sector se juega el futuro.