Reproducimos un artículo del recordado gastrónomo Ramon Cavaller, publicado en los años 70 en las pàginas del Setmanari El Iris, en el que nos habla de la gastronomía menorquina en los años 50, 60 y 70 del siglo XX.
Ramon Cavaller/El Iris - Cuando dije -en una conferencia en el Salón del Consejo de Ciento en el Ayuntamiento de Barcelona- que a través del mar transparente y azul de nuestra Isla se veían las rojas langostas cual racimos colgados en la profundidad, en las rocas, era una licencia poética.
Las langostas cuestan de pescar.
No se las ve. Ahora -abierta la veda- hay que dejar muy hondas las nasas. Y si el mar está tranquilo y no se pierden, hay que volver al día siguiente para cobrar tan preciadas piezas.
No hace muchos años se las ignoraba. Poseo un manuscrito de gastronomía menorquina fechado en 1832 y no hay en el ninguna receta, ninguna referencia a la langosta. Como ahora tampoco en las casas ni en los restoranes menorquines se ofrecen como entrante o acompañando al aperitivo los erizos de mar ("Vogamarins"), tan apreciados en Europa que, cuando la última guerra civil, un hidroavión despegaba al completo de carga de ellos con destino a los "gourmets" de Francia, desde el puerto de Fornells.
En estos tiempos de turismo y de elevado nivel de vida isleño, la Caldereta de Langosta es casi consubstancial con la Isla. Una de nuestras mejores armas propagandísticas y de promoción de negocios.
Su receta, que dicen perfecta, es conocida de casi todos. Pero a mí, siempre, los viejos pescadores me han aconsejado prepararla en su punto a elegir langostas machos que sobrepasen los dos kilos de peso.
Prueben. Y ya me dirán.