Itziar Lecea/Cala Blanca - Han pasado 25 años, pero Blarney Stone es, y seguirá siendo para los ciudadanos, “s Irlandés de Cala Blanca”. Fue un jovencito valiente, y con mucho empuje, quien decidió montar un local al estilo de pub inglés, en una época en la que la globalización no era tan amplia como ahora. Pedro Capó ya no es tan joven como hace veinticinco años, aunque conserva un espíritu aventurero y afable, y mantiene intacto el amor que siente por este rincón frente al mar que ha sido gran parte de su vida adulta. Hoy lo disfruta desde una perspectiva diferente, sentado en una mesa con un café y un batido de helado, charlamos tranquilamente mientras es Pedro Capó hijo quien se encarga de atender a los clientes.
Viajamos con la máquina del tiempo 25 años atrás. ¿Qué te empujó a dedicarte a la hostelería?
Yo empecé con el bar Nautilus, aunque desde los 14 años trabajaba en una fábrica de zapatos. No me explico cómo no le dije a mi padre antes de que yo quería ir a trabajar a un bar, porque tenía muchas ganas. Estuve 10 años en Troquelats Menorca, una cochería que había frente a Bananas. Y me tocó estar unos años compaginando la fábrica con el bar, que abrí cuando tenía 21. En ese momento me ayudaban Esther, mi mujer, y mi hermana. Y mi madre también quiso ayudarme vendiendo un piso que tenía, pero al final la hice entrar de socia. Lo mejor es que empezamos sin tener ni idea, ni servir un gin!
¿Y cómo se aprende a servir un gin?
Aprendimos a base de probar y probar aunque el primer año ya fue bien de beneficios. Al cabo de un tiempo partí a Inglaterra con un amigo, y fuimos a casa de otro amigo, que nos hizo la ruta por Manchester, Liverpool, Londres... Fue allá donde ese amigo inglés nos llevó en un pub a hacer una Guinness. El primer impacto fue importante: música, muy buen ambiente, mucha gente, una decoración especial, con antigüedades... Me enamoré desde el primer momento. Aún no habían terminado de verter las Guinness que habíamos pedido, y ya había decidido que compraría el local que daba frente al mar para abrir un pub como aquél.
¿Nautilus no era suficiente?
Teníamos ya una parte del local de ahora, que empleaban de almacén. Pero tuve claro que necesitaba más espacio, lo que da en la esquina. Fue aterrizar en Menorca, y nada más llegar le dije a Esther que quería comprar el local para montar el pub. Esa misma mañana quedé con el propietario, con quien llegamos a un acuerdo. Así fue como decidí ampliar espacio y dar esa oferta de pub, en una época en la que había mucho cliente irlandés en la zona. Al cabo de un par de semanas partimos a Irlanda con Esther, mi cuñado y mi padre para ver bares y ponernos en contacto con Guinness. Y, al año, teníamos abierto.
¿Qué pedía Guinness para abrir un local bajo su marca?
Nos tuvimos que adaptar a sus requisitos, que suponía tener una cámara en frío, almacén, baños para personas con discapacidad... De modo que tuvimos que plantearnos ir hacia abajo para no perder espacio arriba, y van salir más de 100 metros cuadrados más. Los de la Guinness eran muy estrictos. Me hicieron un presupuesto por decoración y reforma que alcanzaba los 20 millones de pesetas, con la condición, además, de que sólo podía verlo yo mientras hacían la reforma. Al final, decidí hacerlo yo, con las ideas que pude coger de una feria de decoración, aunque también me ayudó Carme Carretero, la decoradora.
Inauguró un 4 de junio de 1999. ¿Cómo fue ese día?
De la Guinness me habían dado el día 4 de junio para inaugurar, porque en aquella época los pubs de este estilo estaban muy de moda y se abrían muchos. Esto nos obligó a frisar por tener la reforma hecha, hasta el punto de que a las dos del mediodía de día 4, partía el carpintero. Tuvimos que correr para colgar toda la decoración, que había traído de Irlanda. Al final, los representantes de la Guinness, sobre las seis de la tarde, sacaron la placa y lo hicieron bar oficial. ¡La inauguración estaba a las siete! No fue hasta la mañana siguiente, cuando volví a entrar en el local, vacío de gente, que vi cómo había quedado.
¿Y cómo fue la acogida?
Fue espectacular, porque sólo servíamos bebida, y salía muchísima. Debemos pensar que veníamos de Nautilus, donde teníamos que hacer de todo para cuadrar los números. En cambio, en Blarney Stone, agotamos el cupo de Guinness que nos habían marcado a menos de cuatro años, cuando el plazo que nos habían puesto desde la marca era de cinco años.
¿Qué te gustó tanto del pub?
La música. Ahora, aquí, apenas ponemos, pero cuando empezamos hacíamos conciertos con música en vivo. Y siempre sonaba música irlandesa. Pero todo ha cambiado, porque ha cambiado el tipo de turismo, y también trabajamos con gente de Ciutadella.
¿Cómo se lo tomó la gente de Ciutadella el tener un pub irlandés en Menorca?
Cuando abrimos, hacíamos mucho trabajo con el turismo británico, y no teníamos público local en 1999. Pero, poco a poco, la gente de aquí empezó a conocerlo y, en 2005, abrimos también durante el invierno. En ese momento tampoco había demasiados establecimientos para elegir durante los meses de invierno, por lo que empezamos a dar una oferta más enfocada a la gente menorquina. Y esto supuso cambiar la música irlandesa por otras cosas.
¿También supuso empezar a cocinar?
La comida fue una demanda que tuvimos que suplir cuando empezaron a llegar los turistas de todo incluido. Así, incluimos algo de coctelería, de helados, de comida rápida... Pero con la crisis del 2009 nos dimos cuenta de que teníamos que apostar por la comida elaborada, porque perdíamos clientes por no ofrecerla. Se juntó, además, que nos estaban haciendo las obras de la desaladora, y nos tenían todos pies para arriba. Así fue como le comenté a Esther, y ella me dijo que hiciera lo que me pareciera mejor, que ella me apoyaría. De modo que incluimos una carta que tuvimos que ir adaptando para ajustarnos a los gustos de la gente de Menorca, pero también a los ingleses. Por ejemplo, pusimos un “fish & chips”, pero hecho con bacalao bueno. Tuvimos que llegar a un equilibrio entre ambos tipos de clientes. El cliente es lo que te dice lo que quiere, lo que hace falta. Si no se le escucha, es un problema porque pierdes clientes. Aquí siempre hemos procurado escucharles, estar atentos a sus demandas. ¿Nos pasó también con las puestas de sol?
¿Qué quieres decir?
Que hace unos años, nadie iba a ver una puesta de sol. Pero me di cuenta, antes de tener a Blarney Stone, como los ingleses venían a oscuro, dejaban la cerveza sobre la mesa, y partían a la plaza del paseo, que no era como la que hay ahora. Quedaba con el bar vacío durante media hora, con las mesas reservadas, porque todos iban a ver cómo se ponía el sol. En Eivissa yo lo había visto. Pero no en Menorca. Fue una idea que nos propusimos potenciar cuando nos hicieron la desaladora, que nos quitó las vistas, por lo que en el 2009, fui al conseller de turismo para charlar de cómo promocionar el tema. De este modo iniciamos la promoción de las puestas de sol, que ahora parece que nos falta sitio para ver cómo se pone!
25 años después y no decae
Por ahora, parece que no. Pero yo ya no somos quien está a la cabeza. El año pasado, y también debido a la apertura del hotel de interior que tenemos en Es Mercadal, tomaron las riendas del local Dani Abelaires, que lleva ocho años trabajando en Blarney Stone y es una persona con mucha cabeza y con una especial atención por el cliente, y mi hijo, Pedro Capó Cervera. Yo vengo a ratos, porque me gusta estar, pero ahora ya está en sus manos mantener la esencia del irlandés.